
En México, miles de animales sufren cada día por culpa de criaderos que existen únicamente para ganar dinero, no para garantizar bienestar. Muchos operan sin supervisión, sin ética y sin respeto por la vida. Y aunque algunos presumen ser “legales”, eso no significa que traten bien a los animales: la regulación es insuficiente y las inspecciones pueden ser fácilmente evadidas.
La mayoría de los criaderos clandestinos funcionan así:
Cada compra alimenta ese ciclo de maltrato y explotación.
Tener un permiso NO garantiza que el animal viva bien.
En muchos casos:
Un permiso no es sinónimo de ética.
Cuando compras, aunque no lo veas, estás fomentando:
Si nadie compra, ese mercado se cae.
Adoptar no es solo un acto noble: es un golpe directo contra los criaderos que lucran con el sufrimiento.
Los criaderos clandestinos —y muchos “legales” con fallas de supervisión— existen porque la gente sigue comprando.
Cuando eliges adoptar, te conviertes en parte del cambio real: no apoyas el abuso, no sostienes sistemas corruptos y no contribuyes al maltrato.
Adoptar es resistencia.
Comprar es colaborar con el sufrimiento.
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